29 de agosto de 2014

AMOR DE MADRE

JUAN DE DIOS GARDUÑO 

Tengo frío, mucho frío. Apenas hay una manta que me abrigue en esta cama mugrienta. La manta huele mal y está podrida y desgarrada por varios sitios.

  Papá discute con mamá.

  Antes papá me golpeó en la barriga y me mandó a mi habitación. Creo que ahora está pegando a mamá. Dios, no. Ya me conozco esto. Papá le pegará y se irá durante unos días. Entonces mamá irá al puerto a prostituirse, pero antes… No, no quiero pensar en eso.

  Quiero cerrar los ojos con fuerza, imaginar que estoy en otro sitio. Más bonito. En un campo verde, sí. Como los que hay a las afueras de Londres. De esos que tienen miles de flores y huelen a hierba, y hay caminitos que te acercan a pequeños riachuelos donde puedes beber agua limpia. No como aquí, en la City, que huele a pescado podrido y a excrementos, y siempre hay niebla y borrachos y prostitutas.

  He oído gritos, eran de mamá. Han dado un portazo; seguro que fue mi padre que se ha marchado enfurecido, dejándome otra vez aquí.

  Con ella.

  Dios, no puedo contener el temblor de mi cuerpo ni creo que pudiera aun con tres mantas más encima.

  Sé lo que ocurrirá ahora. Lo sé y no quiero.

  Una vez me escapé de casa. Fui a mendigar a Whitechapel, pero pasé mucha hambre. Nadie me ayudaba y los tenderos me pegaban porque espantaba a la clientela.

  Así que tuve que volver.

  Con ella.

  Oigo pasos en la madera del pasillo.

  Me arrebujo en la manta, aunque me dé asco. En realidad, odio todo lo que hay en esta casa.

  Se abre la puerta poco a poco. Chirría. Me hago el dormido, algunas veces me ha funcionado. Me concentro en hacerlo bien. No debo apretar los ojos o lo notará. Tengo que respirar profundo, incluso roncar; ella me ha dicho que ronco por las noches.

  Mamá se sienta en el borde de la cama. Me acaricia el pelo y me llama por mi nombre. No respondo. Estoy dormido. Hasta mí llega una vaharada de su aliento. Huele a alcohol. Está borracha, como casi siempre.

  De nuevo me llama por mi nombre y deja de acariciarme el pelo para moverme el hombro sin parar, con fuerza, hundiéndome sus uñas en la carne. Me dice que despierte. Le tiembla la voz. Yo no quiero estar aquí, prefiero estar muerto.

  Tengo que abrir los ojos o me pegará. Ella ya sabe que no estoy dormido. Tiene sangre en la boca y en la barbilla. Me mira y cuando sonríe me muestra una dentadura sucia e imperfecta donde faltan algunas piezas. Los dientes que le quedan están teñidos de rojo.

  Me repugna.

  Con una mano me acaricia el pelo y con la otra agarra una botella medio vacía de whisky. Se mece de un lado a otro como un barco en una tormenta.

  Odio el alcohol. Me ha vuelto a pegar, ¿sabes?, me dice mamá escrutándome en la penumbra. Asiento. No puedo hablar. El miedo me lo impide. Ojalá que no vuelva que se enrole en cualquier barco y no le veamos más, añade dando un trago y escupiendo al suelo una mezcla de sangre y whisky. Yo asiento de nuevo. Ella sonríe. ¡No, por favor! Así es como empieza siempre todo. Menos mal que te tengo a ti… Tú sí quieres mucho a tu madre, ¿verdad?, me dice.

  Y sé que estoy condenado.

  Otra noche más.

  Como no digo nada, me pega en la cara con el puño cerrado. Siento dolor por segunda vez en el día. El dolor es un punto blanco en la oscuridad de la habitación. Me quieres, ¿verdad?, me pregunta borrando de su cara la sonrisa sangrienta que papá le ha dejado. Tú nunca serás como el cerdo de tu padre… Yo niego con la cabeza. Estoy nervioso, el corazón me late muy deprisa. Mamá insiste en que beba de la botella. No quiero, pero ella me obliga, como siempre. Doy un trago y ella levanta el culo de la botella para que beba más. Me atraganto, toso y al momento me encuentro peor, tengo ganas de vomitar, pero si lo hago mamá se enfurecerá.

  Ella se levanta, se desabrocha el vestido y se queda completamente desnuda. Me da asco verla así, está muy delgada y sucia. Pero me dice que la mire y me pregunta:

  ¿Soy hermosa? Yo miento. Cada día que pasa me parece más horrenda. Entonces ella se echa a mi lado, arropándose con la manta. Tú quieres a tu madre, ¿eh? ¿A que sí? Siento cómo me acaricia la barriga haciendo círculos con sus dedos, sé lo que va a pasar, lo sé y la odio por ello.

  Ya ha comenzado a bajar su mano y a hurgar ahí abajo. Ella dice que me gustará, pero se equivoca, nunca me ha gustado y nunca me gustará. Me obliga a acariciarla. Se pone encima de mí y me aplasta con su peso; me hace daño con su cuerpo huesudo. Arrima su boca a la mía. Su aliento… Ya no es solo el alcohol, sino que huele como la manta… Todo su ser huele a manta podrida. Te pareces tanto a tu padre, me dice al oído. Y no sé si eso ahora le parece bueno o le parece malo.

  La odio. Nadie me ayuda. Ella me pone su sexo en la boca y grita ¡Jack, Jack, Jack!, que es el nombre de mi padre y no el mío.

  Me da bofetadas. No puedo respirar, me ahogo. Pero a ella le da igual.

  Es entonces cuando dejo volar mi imaginación.

  Me veo rebanándole el cuello de lado a lado. Me imagino a mí mismo cortándole las orejas y la nariz y abriéndola en canal para sacarle después las tripas lentamente.

  Por Dios… que acabe ya, pienso desde el infierno que es mi vida cada noche.

  Que acabe ya…


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