Después de
dar una vuelta innecesaria hasta Bellas Artes llegué al metro La viga, por ahí
de las siete de la noche, a las puertas del cine Francisco Villa, actualmente
base de uno de los proyectos culturales más sólidos del Distrito Federal: el
Circo Volador.
Personalmente, lo que me ha llevado a
cruzar sus puertas en múltiples ocasiones han sido los ciclos de cine que
organizan de vez en cuando. Proyectan películas de muchos géneros; pero si algo
tienen en común, es que no pertenecen a la corrida comercial, lo que no
garantiza que todas las películas que pasan sean buenas, pero sí diferentes a
lo que normalmente ve uno.
El tema del ciclo del viernes veinticinco de julio fue cine coreano, bajo esa ambigua clasificación entraron películas de ciencia ficción, fantasmas, acción y drama.
La expectación por el regreso del cineclub
atrajo gente desde temprano, la última convocatoria cinematográfica había sido
hace más de dos años. Como no tenía nada mejor qué hacer, llegué una hora antes
del evento y me entretuve leyendo. Mis amigos, la mayoría veteranos de los
ciclos, fueron llegando en lo que avanzaba la hora.
A las ocho y media de la noche entramos a
ocupar nuestros asientos en una sala como “las de antes”, grande y con aforo
para un par de centenares de personas. Nunca la he visto llena.
La primera película se llamó, The man from nowhere, una interesante historia de venganza del director Jeong-Heom Lee, que habla de un militar ex miembro de las fuerzas especiales que se ve envuelto en el tráfico de órganos.
La segunda,
Cold eyes, de los directores Ui-seok Jo, Byung-seo Kim, es la historia de un
equipo de vigilancia con la misión de capturar a unos ladrones de banco tan
organizados como ellos.
La tradición del evento es que al filo de
la medianoche se proyecta la película estelar, la que a juicio de los
organizadores es la mejor de la noche. Casi nunca se equivocan. En esta ocasión
la seleccionada fue, Snowpiercer, dirigida por Joon-ho Bong, la mente maestra
detrás de The host, una excelente película de monstruos.
Snowpiercer
va de un futuro postapocalíptico frío, muy frío, en el que pocas personas
sobreviven a bordo de un tren llamado El Arca. Se trata de una nueva metáfora
sobre la interacción entre las clases sociales aunque llevadas al extremo. Es
la “Das boot” del siglo XXI.
Entre cada film ocurre un intermedio de
diez o quince minutos aprovechables para visitar el baño y la cafetería,
abierta toda la noche, o platicar sobre lo que habías visto. No cualquiera
aguanta impunemente doce horas de películas en las incómodas sillas del ex cine
Francisco Villa, así que en cada ciclo hay una reunión de vencedores a la noche
y, perdonen el sentimentalismo, existe un profundo sentido de pertenencia entre
los habituales. Yo soy insocial de primera y no se me facilita hablar con gente
que no conozco, pero, me siento muy cómodo ahí siempre que voy.
Casi a las tres de la mañana en la pantalla empezaba “Killer toon” de Yong-gyun Kim que, más o menos como dice el título en inglés (en coreano no tengo la más remota idea de lo que diga), cuenta la historia de una tira cómica y su relación siniestra con varios asesinatos.
Por ahí de las cinco de la mañana, cuando
hasta yo empiezo a delirar, empezó la última película de la jornada, The yellow
sea, drama de acción un poco demasiado largo sobre la inmigración en Corea
dirigido por Hong-jin Na. Interesante pero, como les digo, se extendió más allá
de lo razonable y aunque dormí una parte de la película no me perdí de nada y
pude seguir la historia sin problemas.
El próximo ciclo de cine será de vampiros,
dicen. A ver con cuáles películas nos chupan el sueño.
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